lunes, 25 de agosto de 2014

La ciencia de la espina dorsal: “Rectificad el camino del Supremo”

El Espíritu desciende de la Conciencia Cósmica a la materia y se expresa de forma individualizada en todos los seres, y cómo, en sentido inverso, la conciencia individualizada debe finalmente ascender de nuevo hacia el Espíritu. Muchos son los senderos religiosos y las maneras de acercarse a Dios, pero todos conducen, en última instancia, a una única autopista que constituye el ascenso final hacia la unión con EL. El camino para liberar el alma de los lazos que la atan a la conciencia mortal del cuerpo es idéntico para todos: se trata de la misma vía “recta” de la espina dorsal por la cual el alma descendió del Espíritu al cuerpo y la materia. La verdadera naturaleza del ser humano es el alma, un rayo del Espíritu. Así como Dios es la Dicha siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada, así también el alma, al hallarse encerrada en el cuerpo, es la Dicha individualizada siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada. La envoltura corporal del alma tiene una triple esencia. El cuerpo físico, con el cual el hombre se encuentra tan tenaz y afectuosamente identificado, es poco más que materia inerte, un terrón de minerales y sustancias químicas terrestres que están formados por toscos átomos. Toda la energía y fuerza que anima el cuerpo físico la recibe de un radiante cuerpo astral interno constituido por vitatrones. El cuerpo astral, a su vez, recibe sus poderes de un cuerpo causal de conciencia pura, que se encuentra formado por todos los principios ideacionales que estructuran y sostienen los instrumentos corporales físicos y astrales utilizados por el alma para interactuar con la creación de Dios. Los tres cuerpos están vinculados entre si y trabajan como uno solo debido a la ligazón entre la fuerza vital y la conciencia en los siete centros espirituales cerebroespinales: un instrumento físico, impulsado por la fuerza vital del cuerpo astral y por la conciencia que proviene de la forma causal. Al residir en el cuerpo trino, el alma adopta las limitaciones del confinamiento y se convierte en la seudo-alma o ego. La fuerza vital y la conciencia descienden primero al cuerpo causal de conciencia a través de los centros ideacionales de la espina causal (constituída por conciencia magnetizada) y, desde allí, a los maravillosos centros espinales de luz y energía localizados en el cuerpo astral; luego, descienden al cuerpo físico a través del cerebro y la espina dorsal y se dirigen hacia el exterior por el sistema nervioso, los órganos y los sentidos, permitiendo así que el ser humano perciba el mundo e interactúe con su entorno material. El flujo de la fuerza vital y la conciencia que se orienta hacia el exterior a través de la médula espinal y los nervios provoca que el hombre perciba y aprecie únicamente los fenómenos sensoriales. Dado que la atención es lo que dirige las corrientes vitales y la consciencia, en las personas que se entregan en exceso a los  sentidos del tacto, olfato, gusto, oído y vista, los “reflectores” de la fuerza vital y la conciencia se hallan enfocados sobre la materia. Si, en cambio, por medio del autodominio al meditar, la atención se concentra firmemente en el centro de la percepción divina situado en el entrecejo, los faros de la fuerza vital y de la conciencia invierten su orientación y, al retirarse de los sentidos, revelan la luz del ojo espiritual. A través de este ojo de omnipresencia, el devoto se adentra en los dominios de la conciencia divina. Valiéndose del método correcto de meditación y la práctica de la devoción, y manteniendo los ojos cerrados y concentrados en el ojo espiritual, el devoto llama a las puertas del cielo. Cuando los ojos se encuentran enfocados e inmóviles, y la respiración y la mente están en calma, comienza a formarse una luz en la frente. Finalmente, gracias a la concentración profunda, la luz tricolor del ojo espiritual empieza a hacerse visible. No basta solo con ver el ojo único; lo más difícil para el devoto es entrar en esa luz. Sin embargo, al practicar los métodos más elevados de meditación, tales como el Kriya Yoga, la conciencia es conducida hacia el interior del ojo espiritual, hacia otro mundo de dimensiones más vastas. En el halo dorado del ojo espiritual, se percibe la creación entera como la luz vibratoria del Espíritu Santo. La luz azul de la Conciencia Cristica es la región donde moran los ángeles y las deidades que actúan como instrumentos de los poderes individualizados de creación, conservación y disolución que emanan de Dios. En esa Luz azul también se encuentran los santos más avanzados. A través de la luz blanca del ojo espiritual, el devoto entra en la Conciencia Cósmica y asciende hasta Dios Padre. Los yoghis de la India (aquellos que buscan la unión con Dios por medio de los métodos formales de la ciencia del yoga) otorgan suprema importancia al hecho de mantener erguida la espina dorsal durante la meditación y concentrarse en el entrecejo. Una columna vertebral que permanece encorvada durante la meditación ofrece verdadera resistencia al proceso por el cual se invierte el curso de las corrientes vitales, e impide que éstas asciendan con fluidez hacia el ojo espiritual. Una espina dorsal que no esté erguida desalinea las vértebras y ocasiona el pinzamiento de los nervios, de modo que deja atrapada la fuerza vital en su acostumbrado estado de conciencia corporal e inquietud mental. El pueblo de Israel buscaba al Cristo en su cuerpo físico; por eso, Juan el Bautista les aseguró que vendría alguien en quien el Cristo se hallaría manifestado, pero también les dijo sutilmente que todo aquel que quisiera en verdad conocer a Cristo debía recibirlo elevando su conciencia a través de la espina dorsal en la meditación (“el camino del Señor”). Juan señalaba que el mero hecho de adorar el cuerpo de Cristo Jesús no era la vía para conocerle. La Conciencia Crística encarnada en Jesús sólo podía experimentarse mediante el despertar de los centros astrales de la espina dorsal, el camino recto de ascenso a través del cual era posible percibir de forma intuitiva la metafísica Conciencia Cristica presente en el cuerpo de Jesús. Las palabras del profeta Isaías, reiteradas por Juan el Bautista, muestran que ambos sabían que el Señor subjetivo de la Creación Vibratoria Finita, o Conciencia Cristica, podía recibirse en la conciencia de todo ser humano sólo a través del camino recto de la espina dorsal que ha “despertado” como consecuencia de la meditación. Isaías, Juan, los yoghis: todos ellos saben que para recibir la Conciencia Crística no basta el simple contacto físico con una persona que se halle en estado crístico. Es preciso saber cómo meditar, como desconectar la atención de las distracciones causadas por los sentidos y mantener la conciencia enfocada en el altar del ojo espiritual, donde la Conciencia Cristica puede recibirse en toda su gloria. Todas las religiones verdaderas conducen a Dios, pero algunos senderos implican mayor demora, en tanto que otros son más cortos. Sin importar cuál de las religiones dispuestas por Dios sea la que uno siga, las creencias de todas ellas se fundirán en una única e idéntica experiencia común de Dios. El yoga es el sendero unificador que transitan todos los buscadores religiosos a medida que se acercan, finalmente, a Dios. Antes de que uno pueda llegar a EL, debe existir el “arrepentimiento” que aparta de la ilusoria materia a la conciencia y la dirige hacia el reino de Dios que mora en nuestro interior. Este recogimiento de la conciencia lleva la fuerza vital y la mente hacia dentro, con el fin de que éstas asciendan a través de los centros de espiritualización situados en la espina dorsal hasta alcanzar los estados supremos de la realización divina. La unión final con Dios y las etapas que comprende esta unión son universales. Esto es el yoga, la ciencia de la religión. Las sendas laterales divergentes habrán de confluir en la autopista de Dios; y esa autopista pasa por la espina dorsal: el camino por el cual se trasciende la conciencia del cuerpo y se entra en el infinito reino de Dios.  La verdad y la sabiduría espirituales no se hallan en las palabras de algún sacerdote o predicador, sino en el “desierto” del silencio interior. Las escrituras sánscritas dicen: “Sabios hay muchos, cada uno con su propia interpretación de lo espiritual y de las escrituras, que aparentemente contradice la de los demás; pero el verdadero secreto de la religión se encuentra oculto en una cueva”. La verdadera religión mora en nuestro interior, en la cueva de la quietud, en la cueva de la serena sabiduría intuitiva, en la cueva del ojo espiritual. Cuando nos concentramos en el entrecejo y ahondamos en las calmadas profundidades del luminoso ojo espiritual, podemos hallar respuesta a todos los interrogantes de índole religiosa que albergamos en el corazón. “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, os lo enseñará todo”. (Juan 14:26).

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